¿Quiénes eran los atacantes? ¿Estaban realmente coordinados? ¿Cómo
murieron antes de que los capturaran vivos? Son algunas de las preguntas
que se hace la sociedad francesa mientras intenta retomar la vida
cotidiana. Primeras hipótesis y pocas certezas.
Por Eduardo Febbro
Desde París
La sensación de opresión se diluyó en un alivio prudente. Los policías enmascarados y armados, las sirenas estridentes atravesando París, los metros cerrados o las avenidas cortadas se hicieron menos frecuentes. La vida, hoy lastimada, retoma su curso pero nadie se saca la sensación de haber vivido, durante casi tres días, bajo una amenaza colectiva y global. Más de 700 mil personas volvieron a salir a la calle en toda Francia en largos y silenciosos cortejos. Algunos llevan pancartas en homenaje a los 17 muertos, otros en defensa de la libertad de expresión. Imponente. En las inmediaciones de algunas mezquitas, los musulmanes entregan flores a los transeúntes. Francia se despierta con el alma dolorida. Cuatro carteles pegados en las barreras colocadas delante del supermercado judío del este de París donde murieron cuatro rehenes expresan la polifonía de los sentimientos: “Soy Charlie”, “Soy policía”, “Estoy de duelo”, “Soy judío”. Un símbolo reemplazó a otro. Las imágenes de los emblemas de la República francesa desaparecen bajo el aluvión de dibujos que representan en mil formas un lápiz en signo de libertad de expresión. La palabra y la voz, por una vez, no ocupan el centro de la escena. Los silenciosos trazos de un lápiz narran lo que ninguna palabra puede expresar. El país camina sobre un delgado hilo de pena e interrogantes. Todo parece un mal sueño pero es real, áspero. La sociedad se reencontró a sí misma y también la dimensión de sus valores. Pero se pregunta cómo será en adelante la vida en común entre las muchas comunidades que la componen y con una de ellas con la mancha que la cubre de una culpabilidad sospechosa. Musulmanes, cristianos y judíos, semejantes y distintos, hoy separados más que nunca por la demencia de una minoría armada que trazó una frontera de sangre y miedo.
París camina a destiempo, como en cámara lenta. La virulencia y la rapidez de los hechos supera la capacidad de asimilación y de comprensión. Estamos perdidos en la lúgubre herencia de lo ocurrido. No parece un sábado de compras y ajetreo sino un día desencajado, fuera del tiempo. Las lágrimas todavía surgen en las distintas geografías de la ciudad donde se produjo el drama: en la Rue Nicolas-Appert, donde está la sede de la revista Charlie Hebdo, o frente al supermercado judío de la Puerta de Vincens. En la avenida des Gobelins, en el distrito 13 de París, un kiosco de diarios dispuso en una de las vitrinas todas las primeras páginas de los diarios desde el día que se desató la tragedia hasta el desenlace final. Una al lado de la otra, esas páginas constituyen un relato infernal, la historia del secuestro de una nación democrática a la que le vinieron a hurtar la libertad a punta de fusil. Las condenas fluyen de todo el planeta, tan intensas como las preguntas que la sociedad y la prensa formulan con insistencia. ¿Quiénes eran los atacantes? ¿Estaban realmente coordinados? ¿Cómo murieron antes de que los capturaran vivos? ¿En qué momento los rehenes del supermercado kosher de París perdieron la vida, es decir, en el asalto de la policía o antes? ¿Cómo es posible que nadie haya seguido sus pasos si habían sido condenados y encarcelados por actos muy graves ligados al terrorismo de origen islamista? Una certeza se desprende de estos tres días de cacería: los asesinos de Charlie Hebdo, los hermanos Chérif y Said Kouachi, y el cómplice que actuó en el supermercado judío del Este de la capital francesa, Amedy Coulibaly, estaban muy bien entrenados y determinados pero cometieron errores groseros, como si algo sustancial hubiese faltado en la planificación del operativo. Una fuente policial cercana a la investigación le dijo al diario Le Monde: “Lo que predomina en este caso es un fuerte nivel de determinación acompañado por una actitud de sacrificio. Su acción no tenía ninguna perspectiva de futuro. La reflexión era de corto alcance”. Los hermanos Kouachi fueron al semanario satírico el día en que tenía lugar la reunión de redacción, pero se equivocaron de dirección. Al mismo tiempo, conocían de memoria el nombre de quienes, a partir de las 11 y media de la mañana del miércoles 7 de enero, se convertirían en sus víctimas. En el curso de una comunicación telefónica con el canal de televisión BFM TV, Chérif y Said Kouachi explicaron que ellos no mataban “civiles”, pero que los miembros de Charlie Hebdo eran “blancos”. El punto más controvertido de la preparación del atentado es el documento de identidad que dejaron en el Citroën C3 con el que huyeron después de la matanza. La policía encontró en el vehículo los papeles de identidad de Saïd Kouachi, una bandera jihadista, cócteles molotov, una cámara Go Pro, un parasol y un girofaro. La policía identificó a Chérif Kouachi gracias a las huellas digitales descubiertas en uno de los cocteles molotov. Su supuesta filiación con Al Qaida en Yemen –los hermanos Kouachi– y con el Estado Islámico –Amedy Coulibaly –resulta también por demás incongruente. Ambos grupos son, en realidad, rivales. ¿Cómo es posible entonces que se hayan “sincronizado” para montar dos operaciones en París? Cuando huyeron de Charlie Hebdo, Chérif y Said Kouachi robaron un auto, un Renault Clio. El propietario del auto contó a la radio RTL que los dos hermanos tenían una actitud muy tranquila, “muy profesional, que eran amables y que, antes de escaparse, le dijeron: ‘Si la prensa te hace preguntas, deciles que fue Al Qaida en Yemen’”. Al día siguiente, los dos hermanos llegaron a una estación de servicio de la localidad de Villers-Cotterêts, en el norte de Francia, a 80 kilómetros de París. Allí robaron otro Renault Clio y comida. Las cámaras de seguridad de la estación de servicio permitieron identificarlos formalmente. Las imágenes los muestran armados con fusiles Kalashnikov y un lanzagranadas M82.
La aparición de su supuesto cómplice, Amedy Coulibaly, es todavía más desconcertante. El jueves 8, vestido de negro, con el rostro cubierto por un pasamontañas y con un chaleco antibalas, Coulibaly asesinó por la espalda a una mujer de la Policía Municipal presente en el lugar de un accidente en Montrouge, en las afueras de París. Nadie sabía en ese momento que todo está ligado, que Coulibaly y los hermanos Kouachi se conocen. Coulibaly y Chérif Kouachi se cruzaron en la cárcel y ambos participaron en el intento de evasión de Smaïn Aït Ali Belkacem, un miembro del GIA, Grupo Islamista Armado (Argelia). Cuando recuperaron la libertad, Amedy Coulibaly siguió en contacto con Chérif Kouachi. La policía descubrió que Chérif y la compañera de Coulibaly, Hayat Boumeddiene (hoy buscada), intercambiaron más de 500 SMS.
Chérif Kouachi confirmó más tarde su lazo con Al Qaida en Yemen, país al que había viajado antes. En la conversación telefónica que mantuvo con BFM TV dijo que fue enviado por Al Qaida en Yemen: “Anwar al Awlaqi me mandó antes de que lo mataran”, aseguró. Al Awlaqi fue el principal jefe de AQPA, Al Qaida en la Península Arábica. Murió en 2011 durante un ataque norteamericano. El viernes 9 de enero por la noche, AQPA remitió un comunicado a la agencia France Presse en el que reivindicaba los atentados. El mismo viernes, en pleno secuestro de civiles en el supermercado judío de la Puerta de Vincens, Amedy Coulibaly le dijo al mismo canal de televisión que era un miembro del Estado Islámico y que su acción estaba “sincronizada” con la de los hermanos Kouachi. Sin embargo, el Estado Islámico no reivindicó la autoría de los hechos, contrariamente a AQPA. Los especialistas dudan de la veracidad de esa conexión entre dos grupos opuestos en todo. Los expertos apuestan más bien por un acercamiento “local” (Francia) de “circunstancias” entre estos dos grupos rivales de jihadistas. Los investigadores optan por un enfoque más realista antes que por una verdadera alianza operativa y política. Se trataría, más bien, de una suerte de alianza entre ex detenidos que sellaron su amistad en la cárcel.
En el titulo de la edición especial preparada por Le Monde puede leerse: “El 11 de septiembre francés”. No es exagerado ni erróneo. En Francia, Europa, esta parte del mundo, las relaciones entre comunidades de confesiones distintas serán diferentes. Una forma nueva del horror vino a dividir a la humanidad, a retomar el hilo sucio que desplegaron esos aliados del mal que fueron la administración del ex presidente norteamericano Georges Bush y Bin Laden. El uno hizo del Islam, que es una de las grandes civilizaciones de la historia de la humanidad, un sospechoso universal. El otro le ofreció en bandeja los instrumentos para que Bush y sus halcones fagocitaran las libertades y la dignidad en todo el planeta. Hay que cuidarse mucho de juicios y atajos ideológicos, tan llamativos e insípidos como un yogurt light. “Un pueblo de pie”, escribe en su editorial Laurent Jo-ffrin, el director de la redacción del diario Libération. Francia se puso de pie, por ahora sin odio y con dignidad. El editorialista adelanta un dato esencial que invalida muchos análisis apresurados: “No se trata de asesinos teledirigidos desde el extranjero que nos golpean en el corazón, como en los años ’80 y ’90, cuando actuaban en nombre de causas islamistas más o menos lejanas, como la iraní o la argelina. Los asesinos son muchachos de Francia. Fueron entrenados, adoctrinados, robotizados por militantes ligados al teatro de operaciones iraquí o sirio. Pero nacieron aquí, crecieron aquí, fueron fanatizados aquí y, al golpear Charlie Hebdo, cometieron un crimen ligado a la vida francesa”. Esa es la esencia del dolor nacional. Son de acá, de esta patria de valores universales que fue incapaz de integrarlos, de sacarlos de las fauces de fanáticos sin escrúpulos, de la marginación religiosa, social y laboral en la que viven miles y miles de musulmanes. Un pueblo de pie sobre la sombra de muchas muertes inauditas. En la reacción de la sociedad francesa está la clave, la forma del mundo que se viene encima. Ojalá el mensaje no sea el de Bush sino el de los ideales de superación y convivencia, no el de la guerra sino el de la respuesta social, integradora, no el del semejante como figura tóxica y amenazante sino el del semejante como tentación de un nuevo entendimiento. Ya oscurece en París. Noche del cielo, noche del alma, noche de la conciencia. Los faroles se encienden tímidamente. La gente camina con la cabeza gacha. París es un paisaje de silencio y faroles y árboles secos por el invierno. Somos todos Charlie para dibujar sobre el papel de la vida herida unos cuantos trazos de una sociedad conciliadora. Un lápiz hacia el cielo en vez de más bombas.
efebbro@pagina12.com.ar
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